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  • Profeso la Horizontalidad como nuestros ancestros Charrúas. Activista social desde el corazón, sembrando conciencia para cosechar libertad.
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6 julio 2010 2 06 /07 /julio /2010 15:54

Extraído de "Crónicas de noches de sueños y pesadillas, una recopilación de Alberto Silva de artículos publicados en "Mate Amargo" entre 1986 y 1988, publicado el 6 de mayo de 1987.

ADOLFO "NEPO" WASSEN ALANIZ

http://www.radio36.com.uy/imagenes/2004/09/wassen.jpg

 

Hace pocos días supimos de las tres últimas horas del Nepo. Lo tenían en una celda de 2 X 1 en el Hospital Militar, solo. Sobre las diez de la noche sintió que lo rondaba el punto final, y salió de la cama que sólo le dejaba libre un espacio de sesenta centímetros. Alguien !e ordenó que se volviera a acostar. "Voy a morir", contestó, "y la voy a pelear". Sobre la una de la madrugada, cuando semiinconsciente se daba contra los muros, lo acostaron. Había dado su última batalla. En una organización de hombres lúcidos y de temple (Raúl, el viejo Julio, el Inge, el Ñato, Pepe), el Nepo descollaba. Hoy que todos, los que nombré y los que no, bregamos por dotar al Movimiento de Liberación Nacional (Tupamaros) de una estructura unida y férrea con la que el aguerrido pueblo uruguayo pueda contar para plasmar esa sociedad en que "los más infelices sean los más privilegiados", su presencia de revolucionario íntegro nos ilumina. Como iluminan Sandino y el Che los caminos que día a día se siguen abriendo en una América única, que hoy tiene sus trincheras de vanguardia en las selvas de Nicaragua, el Salvador y en "el largo lagarto verde" de las aguas caribeñas, la respuesta a la duda: se puede. Condenado por un cáncer que nunca fue tratado, el Nepo inició desde su sombrío nicho del Hospital Militar una huelga de hambre. A nada podía aspirar ya para él. Lo sabía. Tanto, que su frase de aquellos días es hoy -tiene que ser hoy y para todos- la consigna que marca a fuego la lucha por la unidad combatiente de todos, tupamaros y pueblo, por la meta definitiva. "Aún puedo hacer algo por los compañeros", escribió en una carta clandestina a todos dirigida. Si cada acto nuestro de cada día estuviera signado por ese indomable espíritu guerrillero y fraterno, ese que campea desde las páginas del Evangelio hasta las del Manifiesto, el Nuevo Pacto por un destino mejor y común lo estaremos tocando con la punta de los dedos. Sea entonces, hoy por hoy, nuestra cifra: "AUN PUEDO HACER ALGO POR LOS COMPAÑEROS".

I
Cargando en un solo viaje, colchón, mantas, balde, ropa y qué sé yo, hicimos, hicimos, de a uno, desde "la isla" -sala de disciplina del penal de Libertad- hasta una sala vacía del celdario, felices y fatigados, el recorrido al 1o. B. Todo el piso para nosotros: éramos 9, llegamos 8. Nos desparramaron celda por medio, incomunicados todavía desde mediados del 73. Corría julio del 84. Tiempo después, cuando pudimos hablarnos, pasado ya el largo silencio, recordamos ese día en que los 8 hicimos lo mismo: nos plantamos frente a la ventana enrejada y allí echamos raíces, deslumbrados por el mundo lejano y recuperado: nubes, pájaros, los compañeros, los colores, flores. Hacía doce años que no teníamos una ventana que nos comunicara con la realidad exterior, ésa de la que todos llegamos a dudar. El Nepo no lo llegó a ver. Por esos días ya estaba internado. Nos sentíamos nuevos ricos. Cama, mesa y banco en hormigón, agua corriente a discreción, pileta, y lo que más impresionaba, ese trono romano que uno podía regar cuantas veces quisiera. Sin embargo conservaba, vaya uno a saber por qué reflejo, la cantegrilera lata de dulce de membrillo. querida y herrumbrada, que en algún calabozo me había recetado el médico de la Unidad y que guardaba bajo la cucheta. El Pepe hacía lo mismo con una pelela de plástico anaranjada que en su origen tenía estampado un Pato Donald. Se la había dado, como a mí la lata, en el 7o. de Caballería en Santa Clara de Olimar, y por las mismas razones. 
La retención obligada de las aguas menores, como diría el Quijote, nos había debilitado el esfínter. En alguna oportunidad, salpicando de humor los días sin gracia, habíamos imaginado con el Ñato que las caballerías gauchas nos venían a rescatar de los nichos de Santa Clara, donde en tiempos de patriadas habían campeado balo el mando de Lamas y Aparicio, y a los tientos del pangaré que montaba el Pepe, veíamos anudada la heroica pelea, sustituyendo la vihuela o la lengua ahumada. Pepe guardó hasta su salida la delicada pieza que no frotaba para evitar el desgaste (que se la renovaran era una lotería), y se la llevó con tierra y unas caléndulas que él mismo cultivaba por terapia, solo, en los canteros del Penal. Una mañana me volvió a saltar el corazón. Abrieron la puerta y el Sargento me ordenó sacar todas mis cosas de la celda. Tuve que orinar antes de cumplir la orden. "Traslado", pensé. Ese de rigor que se producía cada cuatro, cinco o seis meses. Vivíamos en vilo. Cada traslado significaba empezar de nuevo. Embolsados, alambrados, nos arrojaban en la caja de un camión que nunca vimos y allí ibas a ceder a otro calabozo, sabe Dios dónde. Empaquetábamos de apuro cobija, tabaco, lata, y a otra cosa. La incertidumbre te cosquilleaba en las vías urinarias y había que descargar lo que en el viaje no se podía. Cuando el Sargento me hizo sacar las cosas de la Celda 13, sentí que todo empezaba de nuevo. Pero se trataba de otra cosa. Cuando amontoné los bagayos en la planchada, abrieron la Celda 15. Allí vi, desparramadas, las pertenencias del Nepo, donde destellaba en colores la inconfundible manta tejida por las compañeras de Punta de Rieles. Esa la había hecho Sonia. Hice la mudanza de la 15 a la 13, que quedó clausurada, y acomodé mis bártulos en la 15 del Nepo. Pensé, mientras lo hacía, que el Nepo ya no las necesitaba. Mientras ordenaba mis cosas, vi que no lo había trasladado todo. Sobre una repisa quedaba un caracolito y una trenza de cuerina. En el caño de la pileta, un trapo de piso hecho con un pedazo de manta vieja .
Como en el caleidoscopio comenzaron a danzar la« imágenes del Nepo nítidas las recientes, empañadas de tiempo aquellas del muchacho de ojos vivos y bien peinado, que tanto podía exponer con clara locuacidad cualquier problema político como capitanear pistola al cinto, las más riesgosas de las empresas.
II 
Al llegar a la isla comenzaron por llenarnos el plato, lo que se nos antojaba toda una fantasía, y nos autorizaban una caminata diaria de media hora a la sombra, bajo el celdario. Nos sacaban de a dos, trillando en espacios distintos, y nos iban alternando de tal manera que al cabo de diez días nos vimos las caras todos. En una de ésas me tocó con el Nepo. 
Se había dejado el bigote, tenía la misma mirada asombrada y serena de siempre, y en la cabeza rapada, bajo la gorra que se quitó para que lo viera, una enorme cicatriz que Íe cruzaba el cráneo y hacia un ángulo en la nuca. Zapatones negros y esa gorra a cuadros que finalmente me iba a dejar en herencia. Los zapatos me quedaron chicos y hoy los usa el Cristo Olivera. De la gorra, que con los demás me entregara Sonia, no me separo. El uniforme gris de reglamento le quedaba grande por lo flaco y sobre el corazón lo etiquetaba el número reglamentario: 812. El mío era 813. Nos miramos de lejos, sin poder hablar. Buscábamos antes que nada los indicios del equilibrio síquico, ésos que se detectan primero en la mirada. SÍ apagada, la cosa no andaba bien. Pero echábamos chispas. Firmeza al andar, verticalidad del torso. Entramos a trillar suave a pesar del frió para pastoriarnos bien. Entonces yo apreté el paso con energía y él hizo lo propio. Era una manera de comunicarnos el grado de integridad. Fue recién entonces que nos hicimos esa seña carcelera del índice y el pulgar extendidos y horizontales bajo la nariz, esa seña que de tanto uso tiene voz: "bien". El Nepo, con un cáncer atormentándole la cabeza, hacía la seña de "bien".

III
Una mañana nos reacomodaron en los calabozos de la Isla y quedamos celda por medio. Fue una fiesta. Entró a cantar: primero el "Ay, Susana, Susana dónde estás". Me preguntaba así por Aquélla. Luego un breve poema mío que había musicalizado Engler: 
Veo pasar por la clara 
savia de abril la ternura de los que hundieron en tierra su quilla aquel catorce.
Fue en un abril de sol de bronce 
abril como el de hoy abril de entonces.
Después vino "El Sapito Manuel", "Cipó-cipó", canciones que él creara en texto y música, entre tabaco y mate en el fondo de los calabozos. Le retruqué con algunos tangos que, en algunos días lejanos, vino en mano, habíamos entonado juntos. El Pepe, que era el tercero en esa ala, no andaba bien y se inquietaba. Suspendimos los cantos. Pero cuando nos sacaban, un día a cada uno, a hacer fajina en la planchada, nos sacudíamos la puerta de la celda con el lampazo o, si el guardia se distraía, tarareábamos con los nudillos en la chapa la tonadita clásica que, como el gesto, indica "bien": ta tatarata tá tá. 
Todos los días el médico lo venía a ver. Por primera vez tenía una asistencia metódica. Le estaban haciendo los análisis y yo pescaba algo de los diálogos. "La semana próxima -le dijeron un día- va para el Hospital", para no recuerdo qué cosa. Ya le habían extraído sangre. La herida de la operación le supuraba y dos por tres pedía que lo sacaran unos minutos a la puerta de la Isla para que el sol le secara la cicatriz. Hacía gimnasia todos los días y se bañaba en el chorro de agua fría del excusado del calabozo. Una vuelta pidió que le cambiaran el colchón de polyfom, que le producía dolores, por uno de lana. No sé si se lo dieron. 
Hasta la mañana aquella, que no fue de "la semana que viene", en que le vinieron a avisar que juntara útiles de higiene y una muda de ropa. Lo llevaban al Hospital de apuro. Era un mal agüero y él lo entendió así. Entonces me cantó la despedida mientras juntaba sus cacharpitas. Sin dramatismo, nítido, casi alegre, fue desgranando los versos:
"Adiós muchachos, compañeros de mi vida, barra querida de aquellos tiempos..."
Lo escuché con bronca y estuve a punto de retrucarle con el "Volvé de tardecita". Pero algo, que sé yo, me dijo que ni cabía ni lo precisaría. Cuando se lo llevaron quedó flotando la última frase de su tango. Después, nunca más.

IV
"Sí, en realidad, con ustedes teníamos que haber hecho jabón", dijo el teniente coronel Conti en su despacho de Comandante del Regimiento de Caballería Blindado No. 2. Tenia ante él un hombre joven, menudo, fuertemente custodiado, convalesciente de la primera metástasis en el cuello. Corrían los últimos días de mayo del 83. 
Lo de la custodia fuerte estaba muy bien. Yo las conocía: cuatro soldados con carabina, perrero, sargento, cabo y los inmaculados oficiales con 45 al cinto. Esposado con las manos en la espalda, capucha. Y digo que estaba bien porque aquel estudiante de derecho, aquel bravío militante revolucionario, era, en cualquier lugar y en cualquier situación un jefe Tupamaro. Ya se les había fugado una vez desde Punta Carretas, en la proeza del "Abuso", junto con cien y pico de compañeros, por un túnel hecho a garra y ganas. Pero también lo había intentado, ya como rehén, desde Colonia, aprovechando una distracción de la guardia: saltó por una ventanita de nada, a la que estaban reparando la reja, hacia la Plaza de Armas, donde lo balearon por los cuatro costados. El Nepo era de temer. No era la primera vez que sentía el ruido de las balas. Una vuelta, en una acción, lo balearon, y herido respondió en el mismo tono al ataque. Sangrando, caminó ocho cuadras, atravesó una feria vecinal y sólo cayó desmayado cuando atravesó el umbral del cantón. Y en ese peregrinaje infame por los calabozos, escapó por un pelo a la bala de carabina que "se le había escapado a un guardia" y a una ráfaga de Thompson que manipulaba un Sargento y que dejó dos buracos en el muro donde un segundo antes hacía "recreo". "Todavía me funcionan los reflejos", escribió en una carta clandestina narrando el hecho. 
En el Regimiento "Pablo Galarza" hizo su interminable convalescencia. Así describe el tratamiento del comandante Conti: "Llegué a pasar cerca de cien veces entre 40 y 70 horas sin ir al baño, soportando Emanaciones tóxicas del balde al fermentar las materias fecales y viviendo en medio de un aire tan viciado y un olor tan nauseabundo que me provocaba permanentes malestares estomacales que me impedían comer o me provocaban vómitos. Aparte de eso, el balde se llenaba y tenía que usar diferentes recipientes: palanganas donde lavaba el menage y, en determinado momento, me vi obligado a defecar en el plato donde comía, porque si lo hacía en el suelo, luego iba a tener que soportar permanentemente el olor, como me sucedió en Colonia, donde durante meses me obligaban diariamente a orinar en el piso del calabozo. Al no salir al recreo o salir 5 ó 10 minutos, el calabozo nunca dejaba de tener un aire viciado permanente. Era tal el olor que salía de los recipientes que varias veces los soldados apostados debían pedir relevo por descomponerse del estómago, y eso que ellos estaban al aire libre... Otro índice estadístico: durante todo el primer año, tomé, en total, dos horas de sol".
Y este hombre que narra con sencillez su tragedia, no olvida a sus compañeros de peripecia: "Pero al Bebe lo tuvieron y lo tienen diez años con una hernia inguinal, a Manera más de un año con un cálculo en la vejiga (en ambos casos sin preocuparse para nada), al alemán Engler, nueve años con el bocho alterado y casi sin alimentarse ... En fin, mi caso no escapa a la línea general. Nos tendrían que haber hecho jabón ...".

V
Cuando Sonia supo que el Nepo agonizaba, lo quiso ver y no se lo permitieron; entonces, la militante que salió con la amnistía, para seguir siendo militante, tuvo que simular una apendicitis en Punta Rieles para que la internaran en el Hospital Militar y así poder aproximarse, muro por medio en el baño de los presos, al Nepo, ya sentenciado. Dolores abdominales, vómitos, diarreas, 38 de fiebre a fuerza de agua caliente. Todo eso para dar cuatro golpecitos en la pared que los separaba. "Fue la última vez que hablamos sin censura", me contó Sonia. Solo nos decíamos "te quiero".
Hace pocos días alguien se comunicó con Sonia para narrarle las últimas horas del Nepo. Esas en las que peleó a la muerte. 
Cosas del Nepo ... Se sintió morir y entró a trillar. "La estoy peleando". Lo acostaron igual. A los 15 minutos, comenzó otra historia. O la misma. "En cualquier momento -dice una carta, hablando de su soledad forzada- podía poblarla de infinidad de recuerdos y amigos, de compañeros y compañeras con los que "charlar" y revivir momentos de toda clase, o simplemente dejarse henchir por esa cadena de solidaridades que componían presos y no presos, gente que ahí o en cualquier parte continuaba la lucha, su lucha, nuestra lucha". Es la herencia que nos deja, que deja para lodos: la lucha, su lucha, nuestra lucha. 
TESTIMONIO
(PRIMERA PARTE)
Sonia Mosquera
Hacía muchos meses que no recibía carta de Wassen, pero era muy irregular la correspondencia. En febrero del año 1981, me entero de su enfermedad a través de una carta que recibo en la cual da por sentado que yo conozco determinados síntomas, que él tiene deteriorada su salud, y que evidentemente me los había indicado en cartas anteriores que nunca me llegaron. El me reitera -de todas maneras- suponiendo que yo no recibí esas cartas, que a partir de octubre del año 1980, comienza a sentir dolores en el cuello y al mismo tiempo comienza a sentir una inflamación, explicándome detalladamente el lugar donde se encuentra: en el lado izquierdo del cuello, más bien hacia la columna. Me dice en la carta que el médico de la unidad está tratándolo con antiinflamatorios. Se encontraba en ese momento desde mayo del 80 en el Batallón de Ingenieros No. 3 en Paso de los Toros. 
Por entonces no conocía el nombre del médico de la unidad y, posteriormente no pudo llegar a saberlo. Por otra parte, en las cartas no pueden mencionarse nombres. Desde octubre cuando aparecen los síntomas, hasta febrero cuando yo recibo su carta, durante esos meses los dolores persistieron y me cuenta que cada vez le dan analgésicos más fuertes que le calman algo el dolor. Me dice que la inflamación es un bulto, que no tiende a desaparecer, que no baja, sino por el contrario se mantiene del mismo tamaño. En los meses de marzo y abril no recibo cartas de Adolfo. Es a fines de abril, en la visita de niños, que me entero por mi hijo que Adolfo está internado en el Hospital Militar desde el veinte de abril. 
A los pocos días recibo una carta desde el Hospital Militar en la cual me dice que frente a la persistencia del bulto y a determinados trámites que hizo la familia frente a la Cruz Roja Internacional y otros organismos, se pudo lograr presionar de manera que fueron a verlo tres especialistas al cuartel. "Ellos (me dice en la carta) son los que determinan la internación", e inmediatamente lo internan. En esa carta, que me llega unos cinco días después de la internación, él no tiene aún ningún resultado, le acababan de hacer una biopsia, pero de alguna manera ya presiente que se trata de una situación que no es nada fácil. 
El médico le habla de un tumor, anticipándole la posibilidad de una intervención quirúrgica, sea de la índole que sea ese tumor. La tercera carta que recibo es posterior a la intervención quirúrgica. Lo operan el 6 de mayo de 1981 y recibo la carta a la semana siguiente, escrita dos días después de la operación, o sea, el 8 de mayo. En esta carta me dice que se verificó que era un tumor maligno; lo que me llama la atención es que él me pone de "malignidad leve pero con la característica de que es un fíbrosarcoma". Todavía no tiene el resultado de la Anatomía patológica. Lo que me cuenta es que la intervención duró varias horas. El corte fue de treinta centímetros, desde el cuello hacia la mitad de la espalda, que le sacaron cuatro apófisis de las vértebras cervicales, y no tuvieron necesidad de sacarle el músculo trapecio -que es el que sostiene el cuello en la parte de atrás y permite la movilidad de la cabeza- que era uno de los riesgos que podía correr, pues según le había explicado el médico, dada la cercanía que tenía el tumor con el músculo, posiblemente habría que sacarlo. En la operación participan tres especialistas: un cirujano, un traumatólogo y un oncólogo. En ese momento todavía no hay posibilidades de diagnosticar en perspectiva. El tumor fue desalojado, le hicieron una limpieza general y posiblemente le darían aplicaciones de cobalto. 
Y ese fue el siguiente paso del tratamiento en la medida que nunca se sabe que tipo de invasión han tenido las células malignas en el organismo. 
La explicación que le dan es muy simple, para mí es un diagnóstico muy insuficiente, en la medida que Adolfo no tiene conocimiento de medicina, está solo, aislado, en el hospital, en e! cuartel, no tiene posibilidades de consultar más allá de lo que puede razonar por sí mismo y de los síntomas que tiene. 
En esa carta me plantea que es un problema de plazos, que le van a hacer el tratamiento adecuado y que si en dos o tres años ese tratamiento da resultado lo más probable es que tenga cura porque hubo posibilidades de intervención quirúrgica, que siempre es la solución más radical y la mejor. 
Le mandé preguntar cómo se llamaba el oncólogo y la respuesta fue Glaussius. El tratamiento de cobalto comienza más o menos al mes de operarlo. a mediados de Junio. Durante ese tiempo permanece en el hospital, aislado en un calabozo. Al principio recibo cartas con bastante frecuencia del hospital, después no, se empiezan a distanciar. Creo que hay un interés de parte de ellos de que me entere que Adolfo tiene cáncer; hay un manejo por la situación conmigo. Los métodos represivos que usaban en los penales siempre trataban de sacar partido de los problemas personales. Durante ese período hay una notoria y permanente observación de m¡ persona y un interés de que me lleguen las cartas, un interés de que yo esté al tanto de que Adolfo tiene una enfermedad grave, que tiene cáncer, que hay un riesgo de muerte. Hay un interés de observarme frente a todo eso. Creo que es el motivo por el cual las cartas me llegan. A mí me sirven esas cartas para ir siguiendo de alguna manera cuál es la situación de él, aunque el objetivo de ellos es otro. A mediados de junio entonces, comienzan las aplicaciones de cobalto, las que duran un mes y medio. Del hospital tienen que trasladarlo a un instituto de oncología. Lo llevan con un brutal aparato de seguridad. Casualmente el día que lo trasladan, una compañera llegaba al hospital y vio cuando lo traían, vio a Adolfo bajarse del vehículo. Era una camioneta blindada, totalmente cerrada, solo con los orificios para sacar las armas, dos ambulancias y otros vehículos y, por lo que vio, serían unos veinte o veinticinco guardias. 
Después de las aplicaciones de cobalto empiezan con el tratamiento de quimioterapia.
Los médicos del instituto de oncología, que ya no son los médicos militares, sino los médicos de ese instituto, le dicen a Adolfo que la solución quirúrgica y las aplicaciones de cobalto pueden garantizar un 75%, si en dos años no se repite el tumor. Comienza el tratamiento con los citostáticos. En esta primera etapa, desde el 20 de abril hasta el 17 de octubre de 1981, Adolfo permanece en el hospital militar. Según el tratamiento indicado por Glaussius, se le deben administrar citostáticos cada tres meses durante dos años. 
En octubre cuando a él lo trasladan al cuartel, a mí me internan en el hospital militar por problemas de columna para hacerme fisioterapia. 
En la sala hay una compañera tratada por un problema oncológico y se da que Glaussius asiste a la sala. Lo abordo, me presento, le digo quién soy, entonces él tiene una actitud muy reticente, no quiere contestarme, e incluso en determinado momento se pone a pensar de quién le estoy hablando, cuál es su paciente. Tengo que recordarle que se trata de un preso que está solo, aislado, que lo tienen en los cuarteles. Le insisto mucho, le pregunto si él conoce las condiciones en que vive Adolfo, que él tiene toda la autoridad y toda la responsabilidad para decirme cuál es su diagnóstico, y soy la esposa de Adolfo, que tengo el derecho de preguntarle, que estoy presa y mi marido tiene una enfermedad que está lindando con una posibilidad de muerte, posibilidad de la que soy absolutamente consciente. Contesta que no se puede dar información ni a familiares ni a las personas que se quieran interesar por su salud, y que al ser yo un familiar más, no me puede dar información. Le vuelvo a insistir y termina diciéndome que la situación de Adolfo no es grave, que ha reaccionado muy bien a los citostáticos. Luego yo me entero que no fue así, que tuvo una reacción inmediata de rechazo al tratamiento con vómitos y diarreas. Al poco tiempo recibo una carta de Adolfo donde me cuenta que pasó mal, que inclusive tuvieron que darle oxígeno y una transfusión. El 13 de octubre comienzan a darle citostáticos y el 17 lo llevan al cuartel de Durazno en condiciones de vida terribles.
TESTIGO 
Jorge Manera Lluveras
En mayo de 1980, nos llevan a Paso de los Toros, al cuartel, a Wassen, a Engler y a mí. Anteriormente habíamos estado en cuarteles separados y es en esa oportunidad en que nos juntan a los tres. 
Estamos en un local donde hay diez pequeños calabozos. A nosotros nos tienen en calabozos separados y distanciados unos de otros. Las puertas -de dichos calabozos- son de rejilla de madera, por lo que permiten escuchar perfectamente todo lo que pasa en los demás. Aunque estábamos incomunicados, no nos permitían hablar, a pesar de eso, en algunos descuidos de los guardias algunas palabras podíamos cruzar, e inclusive yo oía conversaciones de los otros compañeros, en particular de Wassen con los guardias o con autoridades a quienes él planteaba su problema, el caso concreto de su enfermedad. 
Cuando llegamos a Paso de los Toros, él ya sufría dolores intensos en la nuca y zona cervical. Había pedido asistencia médica pero le habían restado importancia. No sé exactamente si le habían hecho algún diagnóstico en el otro cuartel, creo que no. Cuando ingresamos al cuartel, hay un control médico, el cual se da siempre a la entrada y salida, es decir cuando nos hacían traslados. Adolfo plantea sus problemas y el diagnóstico que le hacen es contractura muscular y en base a ese diagnóstico es que lo empiezan a tratar dándole medicamentos, desconozco cuáles. Los dolores siguieron durante mucho tiempo, meses, intensificándose cada vez más. En determinado momento comenzó a tener una inflamación en la zona cervical que fue creciendo. 
En ese momento cambia el diagnóstico, le dijeron que lo que tenía era un proceso infeccioso y empezaron a tratarlo aunque no conozco exactamente qué medicación le daban. Nosotros no llegamos a oír los nombres de los médicos del cuartel. Uno de los enfermeros era de nombre Moreyra y habían otros dos, pero no recuerdo sus nombres. La inflamación continuó agrandándose, llegando a tener un aspecto deforme. Yo a veces lo podía ver, sin hablar, pero se lo podía ver fugazmente al cruzar por la celda donde él estaba y, la inflamación llegó a tener las dimensiones mas o menos de una naranja o de una pelota de tenis. Tal es así, que tenía que estar con la cabeza inclinada, no podía enderezar el cuello. A esa altura ya padecía dolores muy intensos desde hacia ya mucho tiempo. A veces le daban inyectables para calmarle el dolor, hasta que en abril del 81, o sea un año después del ingreso allí y, tal vez un año y medio después que empezó a sentir los síntomas, lo llevaron al hospital militar. Allí estuvo aproximadamente un mes y medio o algo más, quizás. Cuando vuelve, supe que le hablan extraído un tumor, que le habían hecho cirujía y tratamiento con bomba de cobalto y quimioterapia. Vuelve sintiéndose bien, aunque muy debilitado; había perdido un poco los movimientos de la cabeza, pero tendía a recuperarse. Trae la indicación de hacer tratamiento de quimioterapia y bomba de cobalto, para lo cual tenían que llevarlo al hospital periódicamente, cada cuatro o seis meses. Tenían que llevarlo -teóricamente- por indicación de los médicos del Hospital. 
A nosotros nos sacan de ese cuartel en mayo del 82, o sea diez meses después de la operación. Durante ese período a él lo llevaron dos veces al hospital, es decir que no cumplieron con los plazos estipulados, para el tratamiento. Adolfo estaba en las mismas condiciones de vida que nosotros. Las celdas eran pequeñas, eran divisiones hechas con bloques, dentro de un galpón construido con chapas de zinc, muy antiguo y en muy malas condiciones 
Se llovían todos los calabozos; los días de lluvia tendamos que taparnos con nylon, pues si no, nos mojábamos nosotros y todas las cosas que teníamos dentro de la celda. Eran semi-subterráneas y muy húmedas. 
En esas condiciones estuvo desde que le dieron el alta en el Hospital, hasta que nos retiraron de ese cuartel; inclusive uno de los muros, justamente el que estaba frente a la celda de Adolfo, estaba siempre humedecido por filtraciones del cuarto de baño -que se encontraba del otro lado de ese muro y a un nivel superior al piso de los calabozos- de las aguas servidas, filtraciones que mojaban el muro e inclusive el piso en forma permanente. En ese cuartel las condiciones higiénicas eran pésimas. El tratamiento no se cumplió, se hizo irregularmente. Cuando nos separaron, él se sentía bien, había recuperado su estado físico general y no habían aparecido aún las metástasis que se le produjeron luego. 
Con Wassen no hicieron ninguna excepción, en lo referente a comidas o trato de la guardia, él recibía el trato normal que todos los presos. En mayo del 82 nos separan, y vamos a distintos cuarteles, Wassen queda solo en el cuartel de Durazno. 
Yo estuve en una oportunidad en Durazno, fue un traslado que nos hicieron por veinticuatro horas por motivos que no conozco. Pude intercambiar algunas palabras con él. Eso fue bastante después, a mediados del año 83 y en esa oportunidad él me informó que lo habían operado por segunda vez. Ya se sentía mal, posiblemente se deba a que se manifestaban nuevas metástasis. Como en dicha oportunidad pude hablar muy poquito con él, simplemente pude saber que lo habían operado pero no supe en qué condiciones le estaban haciendo el tratamiento. En Durazno el local es un poco mejor, pero las condiciones de vida son muy malas; en ese cuartel no dan recreo y el aislamiento es total, en un calabozo con luz artificial -como en todos lados- y en el resto de las condiciones es más o menos igual que en los demás cuarteles. Que yo sepa, con él no hicieron ninguna excepción.
TESTIMONIO
(SEGUNDA PARTE)
Sonia Mosquera
La condición de rehén está vinculada a su situación de salud, al tratamiento indicado que no se cumplía porque en definitiva se le aplicaba la técnica militar. El tratamiento era indicado cada tres meses pero no se cumple nunca. Hay períodos en que pasa de seis a ocho meses sin recibir tratamiento. 
En una oportunidad llega al hospital después de muchos meses (se supone que temía que ir en junio y lo llevan en enero o febrero) y Glaussius está de licencia por lo que lo atiende Kasdorf, que es otro oncólogo que trabaja en el mismo equipo de Glaussius en el Militar.
Kasdorf le dice que es una barbaridad, cómo no lo trajeron, usted tenía que haber venido, no puede ser. Adolfo le dice: "Yo no decido, estas cosas las deciden ustedes, son los médicos los que tendrían que insistir para que me trajeran". El le dice que no, "no tenemos la responsabilidad, es del cuartel de las autoridades militares de la unidad, vamos a hacer una cosa, yo le voy a dar dos dosis juntas de citostáticos para compensar el que no lo hayan traído en el tiempo correspondiente". 
Le daban un "cóctel", ya que le duplicaban la dosis de medicamentos tan agresivos. Esto lo cuenta Adolfo en la carta. 
El tratamiento fue hecho en estas condiciones, con total irregularidad, sin traslados al hospital, Jamás fueron cada tres meses. Todo esto fue desde el año 1982 hasta junio del 83. En abril del 82 lo trasladaron al cuartel de Durazno. 
Va corriendo el año 83 y en marzo él se nota del otro lado del cuello, del lado opuesto al operado, un pequeño bulto. Se lo nota haciendo gimnasia de cuello, espalda y hombros, ya que por la operación tenía que mantener en movimiento los músculos. Toda esa zona le había quedado muy sensible. Inmediatamente pide médico; el médico de la unidad que tampoco conozco el nombre- le dice que puede ser un problema de inflamación de ganglios, y le da antiinflamatorios. Había estado con dolor de garganta y algunos problemas de escema de piel que tampoco le dieron importancia. Lo mantienen quince días con antiinflamatorios y enseguida viene la orden de internarlo. 
Lo internan, lo ve Glaussius y le dice que hay que intervenir inmediatamente, que es otro tumor pero, que es más superficial que el anterior. Le apareció del lado derecho del cuello, debajo del lóbulo de la oreja, de un diámetro de dos centímetros, del tamaño de una bolita. Glaussius le dice que está totalmente encapsulado a nivel superficial, entre la piel y el músculo y que piensa que va a ser una operación sencilla, es completamente distinto al tumor anterior. Lo interviene sacándole el tumor.
El tratamiento -si se hubiera hecho cada tres meses, con la regularidad indicada- incluía también el control permanente de pulmones, hígado y demás órganos vitales. Esto era necesario para ver si no había invasión de células malignas. Cada vez que lo internaban le tendrían que haber hecho un control. En esa oportunidad le hacen un chequeo general, y según lo que le dicen, él no deduce que haya ningún tipo de infección en otro órgano. 
Estamos en mayo, 28 de mayo de 1983, después de la segunda operación. El tratamiento con citostáticos sigue siendo irregular, a pesar de que ya hay metástasis -se considera metástasis en la medida que aparece otro tumor- y por tanto hay posibilidades de que tenga tomado cualquier otro órgano. 
En enero del 84 le retiran el tratamiento con citostaticos, pues el médico considera que había llegado a una dosis tope y de seguir suministrándoselos podía producirle problemas cardíacos, pero quedó estipulado que cada tres meses le llevarían a hacerle los controles de placas y análisis. 
En abril del 84 lo llevan al penal de Libertad y en mayo lo internan para hacerle el control.
Adolfo encuentra que tiene el vientre demasiado abultado, está hinchado. Le habían hecho placas y un enzimograma hepático y los resultados fueron normales. El médico que le revisa le dice que es una inflamación, preguntándole qué había comido. Adolfo le dice que en el Penal le dieron polenta y a ello el médico le dice que la inflamación se debía a la polenta.
Adolfo empieza a sentir dolores, e insiste hasta que le hacen una laparoscopía -consiste en una pequeña intervención para poder mirar el hígado-.
Hasta ese momento no se habían planteado hacer una tomografía computada - que creo que es lo que generalmente se hace en estos casos- para determinar con mejor precisión si hay metástasis o no. Se detectaron tres tumores visibles en el hígado y aparecen dos tumores en el pulmón, hecho que ocurre en junio del 84. 
Por tercera vez es Adolfo quien se descubre los tumores ya que los médicos no van al lugar donde puede haber metástasis. Glaussius decía que era, la inflamación del vientre, por las comidas y es Adolfo quien insiste, pues se da cuenta que los síntomas no son los de una inflamación común, sino que hay algo más, algo raro. Desde enero -cuando le dejan de suministrar citostáticos- al mes de mayo, no recibe tratamiento ni control alguno, apareciendo al momento de ser internado las metástasis generalizadas por lo que ya no hay posibilidades de operación ni de nada. Ellos consideran que hay que seguir dándole citostáticos a los que Adolfo continúa reaccionando negativamente, con vómitos. Aquí empieza la etapa final, etapa en la que con relación a la atención médica no habría nada más que decir, ya que la situación era incurable, de proximidad de muerte. 
No se sabe cuál es el plazo, pero sí que no hay posibilidades de salvación. El tratamiento con citostáticos continúa.
Las metástasis tienen las mismas características que el tumor primitivo, que se llama Hemangiopericitoma maligno. Es un tumor muy raro siendo los casos que se presentan con esa anatomía patológica muy pocos. Incluso hay estadísticas de los países desarrollados de las que surge que es muy extraño que aparezca ese tipo de tumor, no conociéndose cuál es el tratamiento, el tipo de tratamiento que corresponde por la falta de experiencia, dada la escasa frecuencia con que se presenta. Es un tumor que evoluciona en forma lenta. 
El médico le dice que a esa altura no es operable, que por supuesto el hígado y el pulmón no se pueden operar, que la situación es grave pero que la posibilidad de alargar el tiempo de vida a través del tratamiento con citostáticos existe. El 27 de junio del 84 soy internada en el Hospital Militar con un diagnóstico que podía ser apendicitis. Mi situación en lo personal es bastante difícil, pues la sala en la que estoy tiene una pared lindera con el calabozo donde está Adolfo y me entero de muchas cosas. Es importante destacar que el hospital es un lugar donde permanentemente y en especia! de noche, la guardia hace mucho ruido. Es una pared muy finita la que separa el calabozo de la guardia. Llevan grabadores con cassettes con música y escuchan fútbol a todo volumen. Muchas veces él golpea y tiene que llegar a patear la puerta del calabozo para que lo lleven al baño. No tiene baño el calabozo, lo tienen que trasladar al baño de la guardia o a uno de la primera sala de compañeros presos. Adolfo está permanentemente en un estado de tensión, es difícil para el enfermo mantener una mínima tranquilidad. Continúa aislado y en medio de ese ambiente que le hace muchísimo daño. Nos molestaba muchísimo a nosotras, que no estábamos solas, que éramos unas cuantas en la misma sala, y no teníamos enfermedades graves. Nuestra situación era también de tensión ya que estábamos siempre pendientes de la presencia de Adolfo, que estaba solo, sometido a transfusiones. El mismo día que yo llego al hospital, el 27 de Junio, le estaban haciendo una transfusión debido a que según el resultado de un hemograma presenta una baja en los glóbulos rojos y además, lo querían preparar para la aplicación de citostáticos ya que el tratamiento le baja los glóbulos rojos, por lo que tiene que normalizar el nivel de éstos, para que la situación no desemboque en otra aún más peligrosa. A los pocos días entonces después de la transfusión empiezan los citostáticos, y es ahí que yo lo oigo por primera vez, fundamentalmente cuando va al baño. Afuera dicen que yo haga una solicitud para ver a Adolfo. Cuando pregunto cómo se hace el trámite me dicen que debo dirigirlo al capitán encargado de reclusión. Yo estoy en el Hospital y desde allí hago la solicitud la cual entrego el martes de noche. El miércoles de mañana a primera hora viene la Dra. de Sala y me da de alta. Esto me hace pensar en tres cosas: 1o. - no quieren que tenga la visita desde el Hospital ya que estamos muy cerca uno del otro; 2o. - no quieren darme la visita o 3o. - el hospital no quiere responsabilizarse de contestar mi solicitud. 
Al darme de alta me mandan a Punta de Rieles, el lugar donde yo estaba recluida. Los análisis que me estaban haciendo quedan pendientes, no me dan ninguna explicación. Como ha pasado en los casos de salud, los médicos se manejan con órdenes militares. Me queda claro que a la Dra. le dieron la orden de que me tenía que dar el alta. Ese mismo día, había compañeras que tenían el alta desde hacía ya tres días y no las venían a buscar, dejándolas internadas, cuando a mi con los análisis sin terminar me dan el alta, y me llevan a Punta de Rieles. En el Hospital tengo una visita con mi hijo que me comunica que Adolfo empezó el 30 de junio una huelga de hambre por la Amnistía General e Irrestricta y la vuelta de todos los exiliados sin restricciones y con total garantía. 
El sabe que en ese momento ya estaba iniciada la lucha por la Amnistía y se plantea entonces luchar desde esa situación para que esas dos banderas puedan trascender su ámbito personal aislado hacia el conjunto del pueblo uruguayo. 

Su huelga de hambre desde un principio está planteada como una huelga para sólidos, va a ingerir líquidos, no solamente agua sino también leche y licuados. Por la situación en que está no se plantea una medida suicida en el sentido de que la tenga que abandonar enseguida o la pueda "quedar" enseguida. El no se la plantea con un ánimo inmediatista. Hay una insistencia del médico porque necesita comer sólidos, comer carne, comer sobre todo proteínas. 
Yo me entero de esa huelga un día antes de que me llevaran al Penal. Al llegar al penal, ese mismo día, vuelvo a hacer la solicitud para que me otorguen la visita. Es miércoles, el único día de presentar solicitudes. 
Al otro día, el jueves, yo ya estoy en la celda con las compañeras y siento por atrás los pasos de una oficial que me dice: "Mosquera, su visita esta concedida". 
Le pregunto cuándo voy a ir, y me dice que no sabe, pero que tengo que estar pronta en cualquier momento, porque en cualquier momento me van a llevar. Serían entonces las cinco de la tarde, y yo pienso que me pueden llevar en una, dos, cinco horas o al otro día. Inmediatamente me apronto, en la medida en que no me dan una respuesta clara y me dicen en cualquier momento. Especialmente quedo "con la cabeza pronta " Pasa ese día y no me llevan, pasa el otro día y tampoco me llevan, recién el sábado de mañana me avisan quince minutos antes. El oficial que estaba de guardia ese día fue conmigo al hospital, a su vez iba una policía militar (soldado femenina). La revisación fue especial. Hacía tiempo que no la teníamos, ya que hacía tiempo que no nos hacían desnudar; me revisaron el pelo, las orejas, claro, iba a tener un contacto directo, pero además aprovechaban porque era evidente que la situación iba a ser bastante difícil para los dos. Hacía doce años que no nos veíamos, y en una situación muy brava, ya que yo era consciente que quizás era la última vez que lo vería como también él iba a ser consciente de lo mismo. 
Por eso adquiere una envergadura mayor este asunto de la revisación porque mi cabeza estaba en otra cosa, y no en lo que la interferencia militar pudiera suponer en ese momento. Estaba más en el plano afectivo, en todas la contradicciones interiores que me producía una visita de ese tipo, toda la sorpresa y la incertidumbre propia de una situación de visita después de tantos años.
La visita se da en el lugar en que él vive, es un calabozo pequeño, más o menos de dos metros por dos metros. No me permiten sentarme en la cama, tengo que sentarme en un banquito y me obligan a mantener distancia. 
Ahí se da una diferencia entre los dos, porque él acostumbrado a estar en el aislamiento no sabe como manejarse, yo, acostumbrada a estar en lo colectivo. Me mantuvo agarrada de la mano, sentada en el banquito pero muy cerca de él, no mantuve ninguna distancia aunque querían correrme contra la pared para que habláramos separados. No era una habitación demasiado grande, pero no había ningún derecho después de tantos años de no poder tener siquiera ningún contacto mínimo afectivo. La cosa se resolvió un poco de hecho porque ellos no insistieron. La presencia de ellos era muy importante, sobre todo en esa primera visita, porque era un calabozo muy chico. Habían tres custodias escuchando, observando; imposible hablar bajo, imposible hablar sin que ellos escucharan. Esa primera visita fue muy tensa, ninguno de los dos sabíamos que íbamos a tener otras visitas. Pensamos los dos que esa iba a ser la única, e incluso él no sabía que yo iba a visitarlo. 
Cuando él se dio cuenta yo ya estaba dentro del calabozo. Fue tremendo porque el impacto emocional fue de parálisis total, de no saber qué hacer, como estar soñando, de estar viendo visiones. Todo esto, para él, ya que yo sabía que iba a verlo. Se dio como una situación de nerviosismo, muy natural; en mi también pero distinta, yo sabia con seguridad de que lo vería, pero para él se da así: le habían comentado en algún momento, la familia, que se estaba tramitando una visita, me decía: "sabes que me comentaban que se estaba tramitando una visita, de que te iban a traer, pero yo dije: ¡qué la van a traer a la petisa!, no, no la van a traer, eso es una cosa de manejo de la gente, de sueños de la gente, de querer que se produzca, pero jamás -decía él- me aferré a una certeza de que iba a ocurrir, y ahora que te tengo acá y me parece que sos como un fantasma, como un sueño, como algo que no es real". Bueno, los primeros diez o quince minutos fueron de reconocimiento, incluso físicamente, lo que habíamos cambiado, !o que no habíamos cambiado, como cosas más personales; y después ya estaba en la huelga de hambre, le hice algunas preguntas de cómo se sentía ya había adelgazado mucho, hacia una semana que estaba en huelga de hambre. Había adelgazado de 62 a 50 kg. sí, ya había adelgazado 12 kg. Le pregunté un poco más de la parte de la salud concretamente y el me cuenta cómo se produjo la investigación de la metástasis y que él mismo se la descubre, mientras que el médico insiste por el lado digestivo. No me quiere hablar mucho de la parte de la salud, me dice que sería esconder la cabeza, no querer ver la realidad, que está en una situación muy grave, muy difícil de superar, pero que no se rinde, que tiene esperanzas, que va a seguir peleando la vida, a pesar de los tumores, que tiene una ventaja, todavía no siente dolores, que se siente muy molesto cuando le hacen los tratamientos con citostáticos, por los vómitos, que se siente muy débil. En ese momento él comienza a sentir mucha debilidad por la falta de alimento, además le empiezan a dar Gevral disuelto en agua, por las proteínas, pero le cayó mal al estómago y lo tuvo que suspender. Me cuenta que sólo toma licuados, la leche tampoco le hace bien por el hígado; de todas maneras, la situación es bastante sorprendente, los resultados de los análisis lo son, pues el nivel de transaminasas no alcanza todavía los niveles de una hepatitis a pesar de los tres tumores que tiene el hígado. O sea que la función del hígado no está limitada, a pesar de los tumores, y con relación al pulmón, me cuenta que son dos tumores que están bastante cercanos, o sea que en la medida que crezcan los dos se pueden juntar, y el médico no le plantea la posibilidad quirúrgica porque sería someterlo a una situación con la cual no mejoraría; le plantea que lo más grave es el hígado y que lo único que se puede hacer es el tratamiento de citostáticos más seguido, cada mes y medio. Entonces le pregunto si no le indicaron una tomografía computada, algo que lo pueda investigar mas en profundidad, más técnico. Yo sé que en el hospital Militar no lo hacen, que lo tendrían que trasladar a otro lugar, pero Adolfo me dice que no se lo han planteado. Por otro lado me dice que el médico le insiste muchísimo en comer, que se va a agravar su situación si sigue ingiriendo solamente líquidos y que la única forma de elevar las reservas orgánicas en función del tratamiento con citostáticos es mediante proteínas en forma de sólidos. El responde que ya tomó una resolución en ese sentido, que esa resolución pasa por algo que ya es público y notorio, que no va a retroceder en ese sentido, y que no tiene más que decir. Me cuenta que con el médico no mantiene discusiones largas con respecto a ese punto, simplemente se limita a escucharlo. 
En una oportunidad, un mayor de nombre Herrera, integrante del comando del hospital, fue a decirle que se estaba matando inútilmente, que la medida que estaba llevando adelante no tenía ningún eco popular, que era inútil, que no servía para nada, que él estaba aislado, estaba solo, que no tenía ningún valor, lo trataba de desmoralizar. Frente a todo eso Adolfo guarda silencio, no le contesta nada, me dice que hace tiempo dejó de discutir con los militares. 
Pero tiene la otra campana por la visita de la familia que le transmite de inmediato que la medida genera apoyo en todos los grupos políticos de la izquierda. Por esa época la Cruz Roja Internacional, llega a Libertad y puede hablar con los rehenes, menos con Adolfo que está solo en el Hospital Militar. Creo que es la segunda semana de julio cuando llegan, por tanto Adolfo llevaba como 15 o 17 días de huelga de hambre. Cuando llegan los delegados de la Cruz Roja al hospital, les informan que la huelga de Adolfo es falsa porque él no está en condiciones de comer pues su enfermedad no se lo permite, que es una parodia. Esto mismo se lo cuentan los delegados, entonces para demostrarles que no es cierto, decide comer. Los delegados de la CRI le dicen que no necesita ninguna comprobación material del hecho, que ellos simplemente se ven en la obligación de informarle lo que dicen las autoridades del hospital, pero que ellos están convencidos que la huelga de hambre es absolutamente cierta, le dicen que si come después de tantos días de huelga puede hacerle mal. Le llevaron dos churrascos y puré, y Adolfo ese día come todo lo que le llevan (después de haber estado quince o diecisiete días tomando sólo líquidos), para demostrarles que puede comer, para que quede absolutamente claro que no es ninguna parodia.
Bueno, en total la medida dura 31 días. La levanta el primero de agosto. Durante ese período, ese mes pierde quince kgs. Las oportunidades que tuve de verlo mientras él hacía la medida, me demuestran un convencimiento muy importante de su parte. Adolfo piensa que la medida no es un suicidio, entiende la medida como un recurso de lucha que tiene en ese momento. Se da una creciente movilización del pueblo en torno a la Amnistía. Hay de hecho una elevación en la movilización e incluso se entera de que empieza a darse los viernes la concentración en Plaza Libertad. Esto le va confirmando a él, que los objetivos de movilización que pretende van surgiendo. Esto es lo que reafirma su convencimiento y su confianza de que fue una medida tomada en el momento apropiado. 
La medida de Adolfo incentivó ese clamor popular y lo transformó en una movilización mayor. Se entera del apoyo concreto de sectores sociales y políticos con un ayuno de diez días, medidas que son lo suficientemente claras como para demostrarle la validez de lo que está haciendo. El ayuno no le provoca ninguna distorsión, yo lo veo absolutamente lúcido, con una lucidez muy grande. Lo que si le provoca es un enflaquecimiento brutal y él siente que va perdiendo fuerzas y me dice que le cuesta caminar, que se cansa, pero su razonamiento y su convencimiento son cada vez mayores. En el momento de levantar la medida, antes de salir del Penal de Punta de Rieles, un oficial me llama para comunicarme que mi esposo había levantado la huelga de hambre (en ese momento el Comandante del Penal era el Tte. Cnel. Agosti, un oficial de larga trayectoria, conocido por nosotras desde el año 72, que participó en los interrogatorio y en torturas en Artillería 1, en La Paloma). Este oficial ya me había llamado antes, cuando empezaron las visitas, para decirme que yo tenía que tener claro, que ser consciente, que se trataba de un caso extremo de una enfermedad en que era inexorable la proximidad de la muerte y que ellos iban a hacer todo lo posible, a pesar de que Adolfo era considerado por ellos un enemigo ancestral, que de todas maneras iban a tener consideración con la situación que estaba viviendo en ese momento y que iban a concederme visita aunque no me pudiera precisar con qué regularidad iban a ser, ni cada cuánto, pero que las visitas las iba a seguir teniendo, que ellos querían que yo estuviera con él en la medida que se aproximara el desenlace. Yo voy ese día al Hospital, me cuenta que levantó la medida, me da todos los fundamentos políticos por los que la levantó. 
En primer lugar desde el principio él no había dado un plazo, porque el objetivo era crear movilización, es decir, cuando él viera que ese clima se diera afuera, iba a tener la libertad suficiente como para flexibilizar o radicalizar la medida, dependía del momento político. El momento político se presentaba en esa coyuntura concreta, se estaba realizando el acuerdo del club Naval, la negociación que definiría la fecha de las elecciones y la salida política que tendrían los partidos. Si bien el panorama era bastante confuso, era cierto que la expectativa de la gente estaba centrada en la negociación. A él le llegaban las condiciones para la prenegociación, que eran: la libertad de todos los presos que tuvieran cumplida la mitad de la pena y sacar del borrador de las fuerzas armadas la prohibición de que el parlamento dictara una ley de amnistía, o sea que la salida de los presos se daría en forma total una vez que asumiera el gobierno civil. 
Es decir que de alguna manera el tema de los presos políticos estaba planteado en términos de condiciones, de acuerdo a lo que Adolfo le llegaba, que todos los presos que tenían la mitad de la pena cumplida sin hacer ninguna discriminación de medidas de seguridad. Entonces Adolfo levanta la medida justamente en función de esos términos políticos que se estaban dando pero fundamentalmente por el clima de movilización que se daba afuera . Adolfo levanta la medida entonces, para no crear un foco (un "foquito" dice él), de distorsión. 
Al comenzar a comer nuevamente, se nota una inflamación en la zona abdominal, inflamación que va a continuar hasta el momento de la muerte. El vientre se le va haciendo más prominente por los tumores que tiene el hígado. Eso es lo que se ve externamente. Como síntomas claros de gravedad empieza a sentir algunos dolores y plantea alguna forma de calmar el dolor que no lo duerma, porque su propósito es vivir lo más consciente posible y por eso trata de evitar los calmantes fuertes. EI ve la muerte en proximidad, pero no inmediata, siempre que hablamos de este tema me dice que está haciendo fuerza para vivir hasta marzo, porque tiene la seguridad de que en marzo salimos todos. Incluso por las características del tumor, él es consciente de que está grave, pero nunca pierde la confianza de poder llegar hasta marzo. Teniendo también un convencimiento de que en marzo salíamos todos, y esa necesidad de la liberación, él no tiene expectativas de que lo larguen antes que al resto de tos rehenes. El sabe que su situación no la van a resolver en forma especial, por más movilización que hay en torno a los presos políticos enfermos y en torno a él por su gravedad. El en ningún momento se plantea la posibilidad de salir en libertad antes que el resto de los rehenes. Hay toda una actitud de lucha contra la muerte que se materializa en eso que decía de estar lo más consciente posible, de racionalizar los calmantes de manera de no estar dopado. El quiere estar lo más lúcido posible, sabe que los calmantes lo llevan a un estado artificial, por la composición en opio o morfina que tienen. Llega a tomar calmantes con algunos gramos de opio, pero nunca llegó a tomar morfina. Bueno eso es toda una actitud mental y una actitud de vida frente a esa situación; en cuanto a la certeza concreta del plazo en que se va a resolver su situación, yo veía como una contradicción en él, en la medida en que se iba aproximando o que se iba agravando su situación. 
En octubre le hacen una tomografía computada por primera vez, es la primera vez que lo sacan del Hospital Militar, a través de un trámite particular de la familia, se lo hacen en el sanatorio Larghero. Esa tomografía le da que el hígado está como una bolsa de papas. Es la primera vez que tiene un diagnóstico más claro de su situación, ya que el diagnóstico se lo da a la familia el propio médico, y la frase es: "el hígado es una bolsa de papas". A esa altura los dos nódulos del pulmón se están juntando en la medida que van creciendo, es a partir de ese momento que yo visualizo esa contradicción entre esa necesidad de vida que tiene y como él me decía siempre, de llegar a marzo, que me lo decía a mí, a su familia y se lo decía a todos los que lo veían, y por otro lado esa inseguridad de que tal vez no llegare. Esa contradicción se agudiza en el último tiempo, en la última semana, en la semana que él muere. A mí me empiezan a llevar prácticamente todos los días a verlo, cosa que es muy extraña, que además se junta con varios elementos: -por un lado el medico que lo ha atendido durante toda la enfermedad, Glaussius, se va de licencia y antes de irse le viene a decir que por el tiempo, le tocaría que le hicieran nuevamente el tratamiento con citostáticos, pero que, como está con las articulaciones un poco inflamadas y tiene algunos problemas secundarios, que bueno, que va esperar que desaparezcan para hacerle el tratamiento. Es una especie de consuelo. Me parece que el médico ya tiene claro que la situación se define en unos días y se toma licencia y además, se despide de él. 
El otro médico a cargo de Adolfo, es el Dr. Kasdorf, quien es del mismo equipo que Glaussius, pero que cuando se produce la muerte desaparece de escena, no estaba en el hospital. Le traen a Adolfo un papel donde le permiten quedarse de noche con la familia, a mí me llevan todos los días; esto le produce una situación interior, que además es la primera vez que yo lo veo enfrentado, realmente a la muerte. El me dice: "¿qué es lo que está pasando, me estoy muriendo, o me quieren poner en la máquina? Es decir, trayéndote a vos todos los días, diciéndole a la familia que venga de noche, hay dos posibilidades: una que sea cierto que me estoy muriendo, y yo no me doy cuenta y, -me decía- no tengo ningún síntoma nuevo de gravedad, a no ser los que tengo siempre, como para decir sí, me estoy muriendo, pero por otro lado está la posibilidad de que me quieran poner en la máquina". Frente a esa situación, yo lo que le digo es que me parece que lo mejor es que se maneje con los síntomas que él siente, que no se ponga a especular en base a las nuevas cosas que le ofrecen. La visita sigue siendo igual, son siempre igual, con un control permanente, con el oficial, la soldado y un milico del Hospital militar. 
El mismo día que fallece a mí me llevan en una forma muy especial. Me vienen a despertar a las 2 de la mañana, muy abruptamente, violentamente, las milicas me dicen que me tengo que vestir rápidamente para ir al hospital. Pregunto por qué y me dicen que mi esposo está grave; yo le pregunto si está consciente o inconsciente y me dice que no sabe, que está grave. Me visto rápidamente, salgo, me esposan y me llevan. Cuando llegamos me llevan al mismo lugar donde siempre iba a la visita, que era el calabozo donde él estaba viviendo desde hace meses en el hospital, me entran a mí primero al aislamiento, y cuando entro Adolfo ya había muerto, y a mí en ningún momento me avisaron de que ya había muerto. Y es como si me hubieran dado una visita, porque fue exactamente el mismo tiempo que me dejan, 45 minutos y con 3 milicas adentro. El está muerto. Es una situación muy difícil de resolver, no solamente porque no me habían avisado y nunca me imaginé, porque al decirme que estaba grave, yo pienso que voy a llegar por lo menos a la agonía. El jueves cuando lo veo por última vez, me dice que el miércoles, el día anterior de tarde, después de comer, se quedó dormido y cuando se despertó se dio cuenta de que había un revuelo bárbaro alrededor de él y que le preguntaron qué le había pasado, él no supo contestar y que se había dado cuenta de que había hecho un coma y que lo habían sacado de ese coma. Eso me lo dice el jueves y entonces el Jueves, cuando yo lo veo que es la última vez, él me dice que ahora sí se da cuenta de que está más cerca de la muerte, como que su organismo le mostró por primera vez el día anterior un síntoma nuevo, pero que a partir de ese coma se da cuenta

que su situación es realmente grave, es más grave de lo que él pensaba. Yo lo veo tranquilo en el sentido de que él trata en esa visita, más que nada, como de protegerme a mí, de que no le dé la envergadura más allá de lo que es, es decir, que lo asuma bien. Son sólo cinco minutos que hablamos de eso porque después él se dedica a hablar de Adolfito, del futuro, está muy preocupado de que yo en el futuro esté muy pendiente de su situación, como que la situación de él me cree un condicionamiento de vida y Adolfito, hablamos de Adolfito, de los padres, de la situación con la cual me voy a enfrentar yo, bueno, son temas que ya los vinimos hablando en otras visitas, pero que en esa visita cobran relevancia especial, que ninguno de los dos somos conscientes de que va a ser la última. En un momento él me dice: "Sabés una cosa, que hay una cosa que a mí me deja contento, yo creo que voy a ser la última víctima de la dictadura en la cárcel". Claro, a esa altura ya se habían muerto todos los compañeros presos que tenían cáncer, era el último que quedaba, y sí, fue realmente así, la última muerte en la cárcel fue la de Adolfo.

CARTAS DE ADOLFO WASSEN
Esta Carta fue escrita el 23/8/84. Fue sacada clandestinamente del Hospital Militar para el Penal de Punta de Rieles
Compañeras: Salud! ¿Saben? pienso y pienso y más me convenzo de que mi aporte si puedo llegar a concretarlo, va a ser de los menos reveladores. En parte, porque estoy convencido de que es muy difícil transmitir nuestra experiencia ya que hay cosas que solo viviéndolas se las puede entender, esto lo comprendí cuando comparé mis vivencias, antes sobre estos temas (Fanón y Fusick. por ejemplo) y la que luego fue mi experiencia, nuestras vivencias reales. Pero más allá de ese relativo escepticismo está el hecho de que estoy convencido de que en particular, aún dentro de los nueve tuve más suerte que otros compañeros y fui quizás el que la pasó "mejor", dentro de todo lo relativo que puede ser esta expresión por supuesto. En primer lugar mi pasaje hacia la soledad y el aislamiento total fue paulatino -así como para Engler y Manera- pues tuvimos un año y medio de estadía en Paso de los Toros los tres juntos y, a veces autorizados, a veces clande, charlábamos. Incluso luego, llegaron otros cuatro compañeros de la zona, con lo que aquello se convirtió en un gallinero.
Bueno, nosotros pasamos por ese filtro de semi tranquilidad, mientras los seis restantes creo que pasaban por el período de verdugueo, digo semi tranquilidad porque casi sobre el fin de nuestra estadía apareció GAVAZO a Ubicarnos en la realidad, sobre todo a mí, con quien nunca terminó de saldar ciertas cuentas que le interesaban mucho, y pateó aquel nido medio pasable (aunque los "osos" eran infames, la comida mala, la higiene pésima, no había casi recreo y la atención médica era prácticamente inexistente) pateó aquel nido y preanunció nuestro comienzo de vida en las puertas del infierno
Mi primera etapa fue en Durazno, aquel sótano -aljibe- cisterna, inmenso quince o veinte metros por ocho o diez siempre rezumando agua de las paredes y que cuando habían lluvias fuertes se inundaba con quince o veinte centímetros, diez, quince o veinte días en el agua y trepado en una escalera, con todas las cacharpas alrededor. seis meses sin sol, sin cartas, sin lectura, observando el comportamiento de las arañas y a veces soportando el verdugueo extra de algún cabo que, por cuenta suya se le ocurría no dejarme caminar en toda su guardia.
Eso sumado al verdugueo del teniente Citen Rodríguez, que respaldaba cualquier idea "interesante" para "mejorar mi estadía". Salí cuatro veces media hora para ver a mi vieja -y ahí por primera vez tuve que enfrentarme con dos fenómenos que luego me iban a acompañar de manera permanente con mayor o menor intensidad: la soledad y el aislamiento. Sacando cuentas, he llegado a concluir que en total -sumando períodos que van desde un par de meses hasta seis u ocho meses, he pasado entre cuatro o cinco años de incomunicación total, a celda pelada, sin absolutamente nada, ni libros, ni papel ni mate, ni siquiera ropa o el colchón. Mantenerse cuerdo en dichas condiciones, cuando a ello se suma el hostigamiento violento, brutal del enemigo, requiere varias cosas: una base ideológica muy firme, que transforme al aislamiento en una demostración de que la lucha sigue, aquí y en otros lados, pero que el enemigo se aprovecha de tu imposibilidad de respuesta, de tu impotencia para desahogar sus frustraciones y fracasos. No dudar, ni por un instante del sentido de la marcha de la historia y sentirse integrado a ella apretando tu aguante, tu dignidad, tu certeza de que las cosas acá van a tomar otro rumbo -cómo, cuándo, de qué forma no sé, pero esto va a terminar algún día y yo debo llegar entero a ese día. En mi caso también pesó la conciencia de mi responsabilidad; por causas fortuitas llegué a ocupar determinadas responsabilidades y ellas pesaron en mí en todo momento, yo seguí y sigo siendo responsable ante los compañeros por mi conducta y sigo siendo responsable ante todos los que cayeron antes, durante y aún hoy ante el enemigo. Y esta responsabilidad fue siempre una fuente de fortaleza moral que se ha hecho tan carne en mí, que convivo con ella sin sentirla pero sintiéndola siempre. La soledad, en cambio, tiene dos aspectos: uno que yo desconocía y que me resultó ser grato. Mi carácter expansivo, la facilidad que siempre tuve para relacionarme con quienes me rodeaban, en fin, toda mi personalidad habían conspirado, para impedirme conocer el montón de facetas positivas y atractivas que encierra esa tan temida por el hombre moderno: soledad. Y pasado cierto tiempo -el imprescindible para conocernos- comenzamos a ser amigos y hoy, mi temor, es esa amistad haya llegado a ser tan profunda como para transformar mi apreciación de la cotidianeidad. Nunca me creó problemas, además porque -dejando a un lado artilugios para mantener el cerebro ocupado y fuera de todo tipo de canaleta perniciosa, como los juegos y cálculos matemáticos o la memorización de cuadrados y cubos perfectos o de números primos desde el cero al 8.000 por ejemplo- porque en cualquier momento podía poblarla la infinidad de recuerdos y amigos, compañeros y compañeras con los que charlar y revivir momentos de toda clase, o simplemente, dejarme henchir por esa cadena de solidaridades que componían presos y no presos, gente que aquí o en cualquier parte continuaba LA LUCHA, SU LUCHA, NUESTRA LUCHA.
Y termino esta perorata larguísima y que no sé si responde a lo que me pidieron, con una conclusión: comencé a ganarles esta batalla entre ellos, buscando destrozarnos física, psíquica y moralmente y nosotros -yo- dispuesto a no permitírselo, el día en que comprobé que lo fundamental era hacerme dueño absoluto de mi cerebro no permitiendo que penetrara en él bajo ningún aspecto -salvo que yo lo admitiera- y disponiéndome a vivir en su sola compañía, sin libros ni otros elementos que no estaba en mi voluntad la decisión de disponer de ellos y por los cuales infinidad de veces trataron de tentarme o chantajearme.
Lograr el control entonces de mi cerebro, en primer fugar, y de mis emociones, en segundo término -creándome una especie de colchón-fíltro para irlas asimilando o rechazando. Poco a poco creo que fueron los dos pilares en que me apoyé síquicamente para estar acá, hoy charlando con Uds. seguro de que me van a entender porque vivieron experiencias que nos hacen hermanos en el dolor y la lucha y en el sentimiento de que con todo este bagaje a cuestas aquí estamos, prontos para la próxima. Pero asimismo muy dudoso de que, aún con la mejor buena voluntad y el mejor deseo de extraer enseñanzas de estas vivencias, le sea posible a alguien, que no pase por la experiencia, comprender ni la mitad de lo que se contiene detrás de estas palabras.

 

 

 

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